Este verano Harlequin está publicando una colección de relatos con una receta como tema en común y el jueves 1 de agosto me toca cocinar a mí.
Fue en febrero cuando mi editora me preguntó si me apetecía participar en el proyecto, la idea era escribir algo corto de cara a publicarlo en el verano y, aunque me cogió por sorpresa, nada más leerlo me acordé de un relato que compartí en el blog, y que era divertido, ochentero, muy veraniego y no incluía ninguna receta (pero eso se podía arreglar). Se llamaba Algo de diversión.
Si lleváis algún tiempo por aquí, quizá os acordéis de ellos, Milie era un ama de casa aburrida y Josh un joven recién llegado a Mumford. Por esas cosas que pasan, Josh acababa trabajando para Milie, cortando el césped y haciendo hoyos en su jardín, todo mientras de fondo sonaban Madonna y Cindy Lauper, que para eso estábamos en los ochenta. Era una historia cortita que comencé animada por el espíritu del Girls just wanna have fun (de ahí lo de Algo de diversión) y que siempre pensé que podía haber dado más de sí, por eso me acordé de ellos al recibir el correo de Elisa y, como también le gustó, las seis mil palabras iniciales acabaron convirtiéndose en dieciséis mil.
Sigue siendo una historia corta (o un relato largo) y está llena de guiños a los ochenta (muchos, ojalá los disfrutéis tanto como yo), pero ahora además incluye una cena y la receta para preparar el pollo frito al estilo de Kentucky. Y no es que sea uno de mis platos estrella (tengo tres: la tortilla de patatas, la ensalada de pasta y el pollo también es un recurso recurrente en casa, pero en fajitas). El que sabe prepararlo es el protagonista, así que cualquier reclamación sobre las medidas exactas o los tiempos de cocción podéis hacérsela preferentemente a él.
Ya veis que Josh siempre tiene cara de concederte toda su atención. |
La idea es que, si os la lleváis con vosotros este mes de agosto a la piscina o a la playa (o a cualquier otro sitio), consiga arrancaros unas cuantas sonrisas y os deje ese sabor dulce y con un toque picante del título. Creo que si la dejé aparcada casi nada más empezar fue porque no quería dramas para ellos (alguna vez tenía que ocurrirme), y es que le tengo mucho cariño a Josh, al de verdad. Porque si no hubiese sido por Lost, por Josh Holloway y por Sawyer seguramente no se me hubiera ocurrido comenzar a escribir (quizá quedaría mejor decir que desde siempre había sentido un impulso irrefrenable, pero lo cierto es que no fue así), y aquellas heroínas que interpretaba Melanie Griffith y todas aquellas rubias (no sé por qué casi todas eran rubias) y estupendas actrices de las películas de los años ochenta (Kim Bassinger, Susan Sarandon, Jessica Lange, Michelle Pfeiffer...) también me sirvieron muchas, muchas veces de referencia e inspiración (y tampoco se trataba de escribir, yo solo quería ser como ellas). Así que ha sido muy divertido dar marcha atrás en el tiempo y regresar a ese verano del 88, casi, casi como estar en la piscina con Milie, y diría que por una vez (dos si contamos a Forajido que por algo también es cortita), sí he conseguido ese objetivo de cero drama.
Hace poco vi un hilo en TW sobre alguien que se enfadó porque le habían dicho que su novela era piscinera. Prometo que a mí no me va a pasar. |
¿Os gustaría darle un bocadito? Pues aquí os dejo el inicio del primer capítulo. Está dividida solo en dos, por los meses en los que transcurre la acción: julio y agosto, y recordad que justo entre esas fechas (el próximo uno de agosto) y por solo 0,94 € (o sin coste alguno si estáis suscritos a Storytel, mi penúltimo descubrimiento) ellos y yo os esperamos en Mumford, Alabama.
JULIO
Milicent Fortenberry se miró con disgusto en el
espejo. Acababa de levantarse y no estaba en su mejor momento del día.
El moldeado que se había hecho hacía menos de dos
semanas le había dejado el pelo como un auténtico estropajo. Además, todo ese
volumen no le favorecía en absoluto. Parecía que tuviese un casco de astronauta
por cabeza.
Cogió el cardador e intentó convertirlo en algo
razonable sin demasiado éxito. Se rindió y lo recogió en un moño descuidado. Si
no se daba prisa, cuando bajase, George ya se habría marchado y no lo vería en
todo el día. Igual que el día anterior y que el anterior y el otro… Se puso una
ligera bata de raso encima del camisón y bajó a la cocina. Su marido recogía el
maletín.
—¿Ya te marchas? —preguntó con un tono que sonó
agudo y molesto.
—Sí, tengo un poco de prisa. No me esperes para
comer. Va a venir el delegado de la zona este. Iremos a Arby’s.
Ella replicó antes de que llegase a la puerta:
—¿Y a cenar? ¿Vendrás a cenar?
George puso cara de fastidio.
—No empieces, Milie.
Odiaba que la tratase como a una niña, tanto como
odiaba aquel estúpido nombre de quinceañera.
—No voy a empezar nada. Que te aproveche tu almuerzo
—dijo amargada ya desde por la mañana temprano.
Él se detuvo fastidiado.
—Escucha. No te quedes aquí sola todo el día. ¿Por
qué no vas al club? Janet me preguntó por ti. Dijo que te echaban de menos.
Al club a jugar al bridge con aquel montón de brujas. Justo en lo que estaba pensando.
—¿Y cuándo has visto a Janet?
—Estuvo en el concesionario la semana pasada. Quiere
comprar un coche para Susan. Va a cumplir los dieciséis y será su regalo de
cumpleaños. Oye —dijo molesto—, ¿de veras hace falta que te cuente todo esto?
Ve al club y ella te lo explicará al detalle.
—Seguro.
George ignoró el retintín de su voz.
—Adiós, Milie.
La puerta se cerró. Ella suspiró y concentró su
atención en la mesa de la cocina. Parecía que, en vez de solo George, hubiesen
desayunado cuatro personas. Estaba harta de decirle que tenía que empezar a
cuidarse. Milie había conseguido adelgazar siete kilos aquel invierno. Todos
los que él había engordado.
Puso la radio porque tanto silencio la molestaba y
Cindy Lauper saltó igual de efervescente y chispeante que la Coca Cola.
But
girls, they wanna have fun
Oh,
girls just want to have fun
They
just wanna, they just wanna
Eso estaba un poco mejor. Tampoco a ella le vendría
mal un poco de diversión, pensó solidarizándose con Cindy, moviendo la cabeza
al ritmo de la música mientras sacaba el cartón de leche desnatada de la
nevera.
Se sentó a la mesa y la visión de la cocina sucia y
desordenada tras el paso como elefante en una cacharrería de George volvió a
desanimarla. Mientras bebía su vaso de insípida leche aguada observó con rencor
los restos de panceta del desayuno de su marido. Para colmo, Marita se había
tomado unos días libres para visitar a su familia en Monterey. Tendría que
encargarse ella misma de limpiar y recoger. Casi prefería largarse al club.
That’s all they really want
some fun
Cindy insistía en pedir diversión y Milie miró de
refilón la caja de dónuts. No debería. George no tenía la menor consideración.
Sabía que estaba intentando adelgazar y dejaba aquello encima de la mesa. Claro
que a él le daba exactamente igual. Por él podía ponerse como una auténtica
vaca. Le daba todo lo mismo mientras le dejase ir y venir con sus comidas de trabajo
y sus cenas de negocios. Sus negocios. Cualquiera que le oyese pensaría que George
Fortenberry era un jodido genio de las finanzas, un hombre hecho a sí mismo, el
auténtico superhéroe americano, pensó Milie resentida, recordando al bueno de
Ralph y su skyjama rojo, la serie favorita de su hijo Jason. Pero la realidad
era que, si el padre de Milie no le hubiese dejado los cien mil dólares que
necesitaba para poner en marcha el concesionario de coches, aún seguiría
despachando tornillos en la ferretería de su tío Albert.
No luchó más contra la tentación y cogió un dónut de
chocolate. Su humor mejoró un poco y casi se enterneció recordando al joven
George. Guapo, encantador, ardiente, más que adorable. Le había robado el
corazón y se había quedado con ella como recompensa. La dulce, ingenua y
estúpida Milie, el mejor partido de Mumford, Alabama. Casada a los veintiuno
con un simple dependiente, embarazada a los veintidós y luego otra vez
embarazada a los veinticinco. Desde luego, ya no podía hacerse nada respecto a
eso, pero si hubiese dado marcha atrás en el tiempo, habría hecho las cosas de
otra forma muy distinta.
Ahora, a los treinta y siete, tenía un marido con
serios problemas de sobrepeso que la ignoraba y dos hijos que apenas le
contestaban cuando les hablaba. En eso habían salido a su padre. George ya había
dejado caer que no podría acompañarlos a Savannah en agosto. Si creía que iba a
pasar las vacaciones sola, soportando la permanente cara de cabreo de George
Jr. y la desquiciante hiperactividad de Jason mientras él hacía lo que le venía
en gana en Mumford, estaba muy equivocado.
Por lo pronto, los chicos estaban de campamento en
Tuscaloosa. Tenía un mes para ella sola.
«Sola, desanimada y aburrida», recitó para sí, al
tiempo que en la radio la alegría contagiosa de Cindy Lauper era sustituida por
el desgarro y las nubes de tormenta que vaticinaba Bonnie Tyler.
Once
upon a time I was falling in love
But
now I’m only falling apart
Nothing
I can say…
Los acordes de piano la pusieron melancólica. Quizá
George tuviera razón y debería volver al club. La perspectiva de mezclarse con
aquel puñado de víboras dispuestas a despellejarla a la primera de cambio contribuyó
a deprimirla. Y la peor era Janet. Desde su divorcio, se había soltado la
melena y andaba desatada. A veces se le ocurría que George y ella… Trató de desechar
la idea. Janet la odiaba desde que eran niñas porque Milie tenía los vestidos
más caros y ganaba todos los concursos de reina de la belleza, y no solo porque
su padre fuese el hombre más rico de Mumford. De joven era auténticamente
bonita. Ya hacía mucho de eso, pero Janet todavía parecía resentida. Aunque de
ahí a interesarse por George… Se levantó de la mesa para no seguir alimentando
aquellas ideas. Comenzó a recoger los platos y lo volcó todo de mal genio en el
fregadero. Casi le habría regalado George a Janet envuelto con un lazo y con
una tarjeta que dijese Que te aproveche.
Nothing
I can do
A
total eclipse of the heart
Oyó ruido fuera, pero no prestó atención. Sería
Phil. Los martes iba a cortar el césped y a dar una vuelta al jardín.
Normalmente, ni se veían. Hacía su trabajo y se marchaba, pero, al poco, oyó cómo
llamaban a la puerta principal.
Dejó los platos y se acercó a abrir. Al pasar se
echó un vistazo en el espejo del recibidor y se ajustó un poco más el cinturón
de la bata de raso. Tenía pelos de loca y cara de recién levantada. No eran
formas de abrir la puerta, pero Phil era como de la familia. Aunque le sacaba
un par de años a George Jr. se habían criado prácticamente juntos. A ver qué
quería Phil…
—¿Señora Fortenberry?
Parpadeó aturdida y boquiabierta. No era Phil. Era
un chico algo mayor que Phil, pero no con más de veinte. Alto, fuerte, sin un
gramo de grasa superflua que se advirtiese a través de su camiseta de algodón, y
con un rebelde flequillo rubio dorado cayendo sobre los ojos azules más
salvajes e impactantes que Milie hubiese visto en su vida...
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No sé cuando,pero seguro que cae;)
ResponderEliminar¡Gracias, Pepa! Esta se lee en cualquier rato tonto 😏 😅 De esas veces que da pereza empezar algo largo y acabas ventilándotelo en una hora, horita y media. Si te animas, espero que te deje ese buen sabor 😉 Mil besos!!
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