Mañana se celebra el Día Internacional de la Mujer. Como será una jornada intensa, me he adelantado al 8 de marzo para hablaros de Todas contamos, una antología de relatos que intenta contribuir (a su pequeña manera, pero todas las voces cuentan) a que esa inmensa marea sea escuchada.
Resumiendo mucho, puedo avanzaros que el proyecto se inició en agosto del 2018, que durante estos meses hemos trabajado en equipo para que el resultado estuviese a la altura, que los beneficios íntegros irán destinados a la Asociación Mum, mujeres unidas contra el maltrato, y que en él vais a encontrar, junto con las ilustraciones de Paloma Martínez (@lareinasincastillo en Instagram), relatos de Mercedes Alonso, Silvia Sancho, Inma Cerezo, May Boeken, María Montesinos, Anali Sangar, Diana López Varela, Kris L. Jordan, Elena Garquin y los poemas de Peque Zurita.
Y uno mío. Se llama Deja que hablen.
No es que pretenda destacarlo. De hecho, aunque todos sean destacables dentro de su estilo y de acuerdo a la personalidad de la autora, sí reconozco que hubo algunos que me impactaron o me conmovieron (como Nido de arañas, Querida Sara, La niña de las peinetas y más que os animo a que descubráis), pero Deja que hablen es el mío y no me resisto a explicaros cómo surgió.
Mi hermano Rafa y mi sobrina Belén estas navidades, leyendo el relato |
Deja que hablen comienza en plena celebración. Se trata de un cumpleaños, pero es lo de menos. Lo importante es que se ha reunido toda la familia: abuelos, padres, tíos, cuñados... En torno a la mesa tenemos una anciana de noventa años y también a las nuevas generaciones. En mitad de la comida surge una discusión en la que la joven Nuria lleva la voz cantante, mientras que los recuerdos de Francisca, la bisabuela, se intercalan con las voces de todos los presentes.
Hasta ahí el argumento, pero como dicen los que entienden de esto, no me cuentes la historia, dime de qué va realmente.
Mi abuela Eulalia en la terraza del piso de Getafe |
Deja que hablen trata de los lazos entre generaciones, de escucharse unas a otras, conocer la experiencia de las que nos precedieron y prestar atención a las inquietudes de quienes llegan ahora. Quiere ser un acercamiento porque no concibo otra manera de avanzar que juntas, también con ellos, por supuesto que sí, pero (como dice en un momento dado Pilar, una de las mujeres del relato) este es nuestro día, así que dejadme que hoy hable sobre todo de ellas.
A finales de los 60, en Francia, recaudando fondos para un sindicato obrero |
He rescatado algunas fotos y ahora es cuando tengo que decir que Deja que hablen no es un relato autobiográfico. Sí que hay montones de guiños familiares, pero, lo que de verdad me gustaría, es que reconozcáis a vuestras propias familias porque seguro que no son tan distintas.
Yo no llegué a conocer a mis bisabuelas (pero sí al abuelo de mi padre, que se llamaba Francisco y vivió hasta los 96 años). Tampoco mis abuelas llegaron a una edad avanzada. Eulalia, la madre de mi madre, murió a los 62 años después de criar a seis hijos (el menor tenía solo catorce cuando ella falleció). Antonia lo hizo a los 68, tuvo cuatro hijas y un hijo (mi padre). Ninguna se encontró con una vida fácil, la madre de Eulalia murió muy joven, ella era la mayor y se hizo cargo de sus hermanos. Nada más terminar la guerra, encarcelaron a mi abuelo (eso ya lo conté aquí). Cuando le conmutaron la pena, el trabajo le hacía desplazarse de un sitio a otro y ella se quedaba sola con la casa y los hijos. Mi abuela Antonia enviudó con cuatro hijos de corta edad. Se casó de nuevo, emigró a Francia, fue jornalera. Cuando regresó a España se sacó el carnet de conducir (tenía ya más de cincuenta años) y trabajó como cocinera en un colegio hasta que se jubiló.
Por otro lado está Belén, la hija mayor de mi hermano Luis. Belén tiene diecinueve años, estudia segundo de Derecho y le interesa todo lo que tenga que ver con la desigualdad de género, aunque, como es lógico, tiene muchas otras inquietudes. Le acaban de conceder una beca Erasmus y el curso que viene se nos marcha a Génova. Además (como la Nuria de mi relato), tiene una hermana, Laura, que cursa 1º de Bachillerato de Ciencias y Tecnología, planea estudiar Arquitectura y aún le queda tiempo para hacer de influencer de maquillaje y moda en Instagram.
Yo no llegué a conocer a mis bisabuelas (pero sí al abuelo de mi padre, que se llamaba Francisco y vivió hasta los 96 años). Tampoco mis abuelas llegaron a una edad avanzada. Eulalia, la madre de mi madre, murió a los 62 años después de criar a seis hijos (el menor tenía solo catorce cuando ella falleció). Antonia lo hizo a los 68, tuvo cuatro hijas y un hijo (mi padre). Ninguna se encontró con una vida fácil, la madre de Eulalia murió muy joven, ella era la mayor y se hizo cargo de sus hermanos. Nada más terminar la guerra, encarcelaron a mi abuelo (eso ya lo conté aquí). Cuando le conmutaron la pena, el trabajo le hacía desplazarse de un sitio a otro y ella se quedaba sola con la casa y los hijos. Mi abuela Antonia enviudó con cuatro hijos de corta edad. Se casó de nuevo, emigró a Francia, fue jornalera. Cuando regresó a España se sacó el carnet de conducir (tenía ya más de cincuenta años) y trabajó como cocinera en un colegio hasta que se jubiló.
Por otro lado está Belén, la hija mayor de mi hermano Luis. Belén tiene diecinueve años, estudia segundo de Derecho y le interesa todo lo que tenga que ver con la desigualdad de género, aunque, como es lógico, tiene muchas otras inquietudes. Le acaban de conceder una beca Erasmus y el curso que viene se nos marcha a Génova. Además (como la Nuria de mi relato), tiene una hermana, Laura, que cursa 1º de Bachillerato de Ciencias y Tecnología, planea estudiar Arquitectura y aún le queda tiempo para hacer de influencer de maquillaje y moda en Instagram.
Y diréis, ¿y a mí qué? Tenéis razón, por muy orgullosa que esté de las mujeres de mi familia (y de los hombres, pero como decía antes, esa es otra historia), no es eso lo importante. Lo que quería destacar es que nunca oí a mis abuelas decir que fueran feministas. Seguramente, si les hubiera preguntado, ni siquiera habrían entendido a qué me refería. Las dos lucharon por sacar a su familia adelante, eran mujeres fuertes, acostumbradas a no amilanarse. Estoy segura de que se alegrarían de ver cuánto hemos avanzado, pero lo que no me entra en la cabeza es que les dijesen a sus bisnietas que ya era suficiente, que ya hemos conseguido bastante, que no hay más objetivos por los que luchar.
Belén y más jóvenes en un encuentro dentro de la iniciativa Madejas contra la violencia sexista |
Nunca deja de sorprenderme (ni de preocuparme) que haya tanta gente que desconfía y mira con recelo todo lo que suene a feminismo, como si tuviéramos tal grado de bienestar que resultase fuera de lugar pedir más, que se sienten atacados o al margen, como si pedir "demasiada" igualdad fuese una peligrosa idea radical, como si pudiera existir un exceso de igualdad. Y no, no se trata de pensar todas "igual", sino de garantizar idénticos derechos y responsabilidades, de gozar de las mismas libertades y poner en práctica un mutuo respeto. No entiendo el enfrentamiento y pienso que parte del problema consiste en que no escuchamos lo suficiente y tendemos a prestar más atención a lo que nos separa que a lo que nos une.
No lo hagáis. No nos dejéis hablando solas y contad con nosotras.
Este 8 de marzo todas contamos.
#8deMarzo #AntologíaBenéfica #TodasContamos
Ha sido muy emocionante leerte... y ver las fotos (insertar corazones). Y ya sabes que comparto tu último párrafo. No entiendo el enfrentamiento, prefiero quedarme con lo que suma.
ResponderEliminarSe lo decía el otro día a María, tengo muchas ganas de tener la Antología en mis manos para leeros a todas. Y así, gota a gota, sumando, se hace el océano.
Un aplauso, amiga. 😘😘😘
ResponderEliminarGracias a las dos por comentar, pero sobre todo por el apoyo diario ❤ ❤ ❤ En eso consiste, ¿verdad? Gota a gota, como dice Lidia, lo conseguiremos. ¡¡Un abrazo enorme!!
ResponderEliminarPrecioso❤
ResponderEliminarMil gracias, Mamen ❤
Eliminar