11 de noviembre de 2018

La voz dormida



Este mes aprovechaba la colaboración con la revista Pasar Página para recordar lo mucho que me gustó La voz dormida de Dulce Chacón y cómo las mejores cosas suelen suceder por casualidad (y para no perder la costumbre me lo he traído al blog).

Para no olvidar...
Madrid, años 40, acaba de terminar la guerra civil y continúan las represalias contra los vencidos y contra quienes se niegan a aceptar la derrota. En la cárcel de Ventas y en pésimas condiciones físicas y morales, las presas se apoyan unas a otras para sobrevivir sin renunciar a la dignidad ni a sus convicciones. Una de ellas espera un bebé, otra es apenas una chiquilla, muchas son mujeres maduras que han perdido a su familia o la conservan pero están alejadas por fuerza de ella. Algunas esperan que las llamen a juicio, una será condenada a muerte.


Sería simplificar demasiado decir que La voz dormida trata sobre esa mujer condenada, pero sí es cierto que buena parte de la novela se articula en torno a su figura y de hecho la primera frase que leemos es esta:


«La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia».


Da la casualidad de que el mismo día que terminé de leer la novela emitieron en la 2 un reportaje sobre las mujeres que formaron parte de los maquis, los guerrilleros que trataron de resistir, refugiados en las montañas, con la esperanza de que el triunfo de los aliados en la II Guerra Mundial trajera también consigo una ofensiva que derrocara el régimen del general Franco.  Era tarde pero me pareció una coincidencia demasiado afortunada para ignorarla. Me sorprendí aún más cuando comprobé que muchas de las cosas que se contaban en aquel reportaje las había leído en la novela. Así fue como descubrí que Remedios Montero (alias Celia), era una de las mujeres en cuya historia se había inspirado Dulce Chacón para escribir La voz dormida. 


Remedios en la cárcel de Valencia. Es la primera por la derecha
No me hacía falta esa confirmación para saber que aquellas historias eran reales (saltaba al corazón y a la vista), pero fue aún mucho más emocionante oírlas contar en primera persona. Buscando más información en Google supe que Remedios había fallecido en 2010, Dulce Chacón lo hizo incluso antes, en 2003, pero ambas nos dejaron su testimonio, su voz sonando alta y clara después de tantos años de silencio forzoso. Esa veracidad, su valor de testimonio, da aún más emoción a todas esas pequeñas historias entrelazadas, la del abuelo que espera frente a la verja con la esperanza de ver por unos minutos a su nieta, la hermana de Hortensia, enamorada en un amor sin futuro, las de Reme y Tomasa, capaces de hacer del color de un jersey un acto de rebeldía. Dulce Chacón lo cuenta con sencillez, sin cargar las tintas en el drama (por más que en demasiadas ocasiones sea imposible evitar el nudo en la garganta), con enorme humanidad, con un estilo cercano, que emplea las repeticiones de frases y coletillas como recurso expresivo (y que si bien en un principio me chocó, me acabó resultando melódico, casi musical). Sin duda no pretende hacer un cuadro global ni hacer recuento de los crímenes cometidos por uno u otro bando durante la guerra civil, pero trata de acercarse a los hechos con honestidad, y además lo hace desde una visión muchas veces olvidada, la de las mujeres, resistentes, combativas, movilizadas, solidarias, madres, hijas, hermanas, presas o guardianas.




El tiempo ha hecho que no solo Hortensia, la mujer sentenciada, muriera. Apenas quedan ya testigos de aquella época, pero sería terrible, una doble pérdida, que también desapareciera su memoria, su voz, sus palabras. Por eso son tan necesarios libros como La voz dormida, porque con cada nueva lectura sus voces volverán a la vida. 


Y es que si hay un arma capaz de vencer a la muerte y al olvido, no es otra que la literatura. 





2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Sí que lo es, Ascen. De los que se quedan en el corazón y merecen que se vuelva a ellos después de un tiempo, ¿verdad?. Un beso grande y gracias por pasar :)))

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