7 de octubre de 2018

Elena Ferrante y el éxito


Este mes y desde la revista Pasar Página me invitaron a colaborar escribiendo sobre lo que más me apeteciese y decidí hacerlo sobre una de las lecturas que han marcado mi verano. Me he traído el artículo al blog, pero también podéis descargaros la revista al completo desde aquí (y si de paso me decís qué lecturas que os han sorprendido últimamente, mejor aún). ¿Conocéis ya a la Ferrante? ¿Esperabais otra cosa o caísteis bajo su influjo? Os cuento. 


Seguramente habréis oído hablar de Elena Ferrante y su saga Dos amigas (o mejor aún, la habéis leído). A su popularidad ha contribuido una cuidada campaña publicitaria a la que en los últimos meses se ha unido el anuncio de la serie de televisión producida por la HBO. Además está el misterio sobre su auténtica identidad, con multitud de teorías apuntando hacia nombres de prestigio de la literatura italiana, y lo llamativo de que en un mundo donde se potencia la presencia del autor en medios y redes sociales, la Ferrante se haya limitado a contestar unas pocas entrevistas siempre a través del correo electrónico. Ni siquiera la minuciosa y controvertida investigación que señalaba que los ingresos devengados a Anita Raja superaban con mucho los lógicos en una traductora de alemán, consiguió que ni la editorial ni la afectada confirmasen (o desmintiesen) la veracidad de esas afirmaciones. 


Reconozco que me sentía reticente respecto al fenómeno Ferrante. Me sonaba a maniobra prefabricada: el secreto alrededor del autor/a, el hecho de que estuviese destinada a un público amplio y mayoritario (mujeres alrededor de los treinta, cuarenta, cincuenta…), el respaldo de la crítica al tiempo que se usaba como reclamo los elementos más sentimentales: amores, separaciones, celos, traiciones…  

Todo prejuicios y es que, con tanto donde escoger, algún filtro tenemos que usar los lectores, además de tirar de las recomendaciones de confianza y la intuición. Sin embargo, por esta vez ganó la curiosidad. Comencé a leer La amiga estupenda a mediados de agosto y a primeros de septiembre devoraba la cuarta entrega en apenas dos días y bajo el efecto de la conocida como fiebre Ferrante (una necesidad imparable de leer y un deslizarse de las páginas sin sentir el menor peso). Y como suele ocurrir con los conversos, nada me gustaría más que animar a otros.





Primero los datos objetivos, la serie Dos amigas ha sido un enorme éxito editorial tanto en Italia como en otros países (aunque no tanto en España donde en cambio ha arrasado Patria, con la que comparte mirada y ajuste de cuentas con el pasado). La componen cuatro volúmenes: La amiga estupenda (2011), Un mal nombre (2012), Las deudas del cuerpo (2013) y La niña perdida (2014), todas con una extensión que oscila entre las 400 y las 550 páginas y con portadas muy reconocibles (retratos femeninos en blanco y negro con un leve toque retro). En cuanto al argumento… es complejo, pero voy a intentar sintetizarlo procurando no desvelar nada más allá de las líneas generales que sustentan la trama. 

La narración comienza en la actualidad, cuando Lenú, ya próxima a la vejez, descubre a través de una llamada telefónica que su amiga Lila ha desaparecido. Su hijo le cuenta que no ha dejado tras de sí el menor rastro, su ropa no está en los armarios y no hay notas ni nada que indique qué ha sucedido. Este comienzo, propio de una novela de suspense, es apenas una excusa para que Lenú, la narradora en primera persona, haga recuento de sus vidas, la suya y la de Lila, y en ese recorrido nos muestre el microcosmos del humilde barrio napolitano en el que ambas crecieron.  

A lo largo de cuatro libros, Lenú nos lleva de los cincuenta de la postguerra y las heridas aún recientes (la escasez y las rencillas, la violencia evidente o subterránea, pero siempre presente en los hogares y las calles) a los sesenta del desarrollismo y los primeros televisores, de los utilitarios modestos y los nuevos barrios en construcción. Revive la revolución estudiantil, los turbulentos setenta con la irrupción de las Brigadas Rojas y la popularización de los anticonceptivos, el desencanto de los ochenta con la heroína rampando en los suburbios, mientras los revolucionarios que buscaban la playa bajo los adoquines se reconvierten en diputados y empresarios de éxito, la aparición de los ordenadores personales. Para desembocar, en un rápido fluir de las últimas décadas, en el Nápoles multicultural del presente. Y tras tanto tiempo y tantos sucesos será inevitable recordar las palabras de aquel otro famoso autor italiano cuando decía que «Todo debe cambiar para que todo siga igual». 

Esta visión panorámica de la sociedad es una de las grandes virtudes de la saga y una viva demostración del talento de Elena Ferrante. En ningún momento Lenú se toma el tiempo de explicar si en la radio sonaba Jimmy Hendrix o Renato Carosone, si se llevaban las minifaldas o las blusas de hombreras (y si alguna vez lo hace, es de un modo tan natural que apenas se nota). Si menciona las calles de Nápoles lo hace dando por hecho que el lector sabe de qué está hablando (y aunque no los describa, acabas viendo la Piazza dei Martiri y el Rettifilo como si estuvieran ante tus ojos). Si se refiere a debates intelectuales que hoy se consideran desfasados (o como mínimo poco apropiados para una novela que pretenda ser comercial) lo hace sin complejos y con claridad. Porque es el contexto, los intereses de cada momento, los vaivenes y la evolución de los personajes los que reflejan la transformación de la sociedad.  

Piazza dei Martiri

Pero todo ese complejo, minucioso y logrado retrato de un tiempo cambiante es solo el fondo que enmarca dos vidas corrientes y a la vez extraordinarias, las de Lenú y Lila, dos amigas inseparables que se admiran y se envidian, que se desafían y se superan y que, por causas externas a su voluntad, una podrá seguir estudiando (Lenú) y llegar a la universidad y convertirse en escritora, y otra (Lila), la más brillante quizá, la más difícil de someter y encasillar, deberá renunciar a los estudios y a esa otra vida más allá del barrio. 

A lo largo de los años su relación será un hilo continuo que alternará periodos donde Lila es la protagonista indiscutible (como en La amiga estupenda) y otros en los que se convierte en una presencia errática pero recurrente (Las deudas del cuerpo) para retornar con fuerza en el tenso desenlace (La niña perdida). Es antes que nada una historia de mujeres a la que le hace completa justicia esa etiqueta (que no me gusta demasiado, pero que en este caso no puede ser más coherente) de Ficción Femenina. Y es que la presencia de la mujer es tan potente, tan preciso su acercamiento a la experiencia de la amistad, del sexo, del crecimiento personal y profesional, del matrimonio, de la maternidad, de la infidelidad…, todo contado desde el punto de vista femenino sin por ello dejar de describir hombres reales enfrentados a sus propios fantasmas, con sus virtudes y sus defectos (igual que ellas), pero con un papel secundario dentro de esa relación tan pronto beneficiosa como enfermiza y prácticamente indestructible que ata a Lenú y Lila.  

Es además una historia sobre el poder de las palabras, sobre la importancia de usarlas adecuadamente (el empeño en expresarse en un italiano correcto, el recurso al lenguaje del barrio cuando la indignación o la rabia son más fuertes), sobre su dudosa capacidad de cambiar las cosas (pero cómo bien empleadas pueden crear una diferencia) y, en cierto modo, es la razón última de la propia existencia del relato porque tenía que ser una novela (la que iban a escribir juntas Lila y Lenú) la que las rescataría de la pobreza de su infancia (y no sé cómo serían los orígenes de la autora, pero estoy segura de que su situación económica actual debe de ser bastante solvente). 

Nápoles, años 50

Tras rendir homenaje a Nápoles y su historia (y ya de paso sembrar una vez más la semilla de la sospecha en torno a Lila y sus extraordinarias capacidades: ¿acaso no podría haber escrito una novela tan buena o mejor que la de Lenú?), el epílogo nos devuelve al punto de partida. La intriga inicial se transforma en una bonita imagen, un brillante recurso literario, una pequeña trampa tal vez, porque sí, es posible que no estemos ante una obra perfecta (no duda en poner punto final al primer libro en mitad de una escena —y dejarte volviendo la hoja con cara de idiota—, hay excesivas y poco probables coincidencias, reapariciones demasiado convenientes, lanza ganchos para mantener el interés y se acuerda de ellos cuando le conviene —justo al final de otro libro—, da pistas falsas, no tiene todas las respuestas, tanto Lila como Lenú son difíciles de digerir: Lila (vista desde la óptica de Lenú) es demasiado estupenda y Lenú, demasiado acomplejada e incomprensiblemente a la sombra de su amiga, pero en mi parcial y subjetiva opinión es una gran obra. Es más, lo advierte la propia autora: 

«Solo en las malas novelas la gente piensa siempre lo correcto, dice siempre lo correcto, todo efecto tiene su causa, hay simpáticos y antipáticos, buenos y malos, al final todo consuela». 

Aquí no hay consuelos, no hay buenos y malos, lo que hay es vida y literatura, con sus errores y sus aciertos
, con multitud de ocasiones en las que me sentí identificada (más con Lenú que con Lila) y otras en las que decidía que jamás habría actuado así (aunque para afirmarlo con seguridad tendría que haber estado en las mismas circunstancias). De lo que no tengo dudas es de que, en cuanto empecé a leer, se me olvidó si estaba ante una maniobra de marketing, un éxito “buscado”, porque el talento de narradora de Elena Ferrante es patente, su intención de aunar comercialidad y ambición literaria, legítima y su visión de la mujer y su realidad, honesta. ¿Y qué más se puede pedir? Por mi parte solo celebrar su éxito y desear que siga disfrutando de él en la intimidad por muchos, muchos años.


7 comentarios:

  1. Hola Marisa! Coincido con todo lo que dices. Yo lo empecé a leer por el comentario de una persona de quien me fío y también me atacó la "fiebre", aunque al final del tercer libro necesité parar para respirar un poco. Me pareció que hacía un retrato muybastante fiel de la relación de amistad femenina, de ese universo femenino que dices. Y la forma de escribir de Ferrante te envuelve y te arrastra como un torrente. No sé si lo de mantenerse anónima es una estrategia de marketing o un deseo real de ella, aceptado y luego aprovechado por la editorial (no me parece una petición tan extraña por parte de un escritor/a, a los que a menudo, nos incomoda el ruido que se genera alrededor), en cualquier caso, después de leer la tetralogía, me pareció una anécdota curiosa y nada más. Con anonimato o sin él, creo que hubiera sido un éxito igual. Besos!

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    1. También lo creo, que lo del anónimato es solo una anécdota (pero como soy curiosa no deja de intrigarme), y que lo importante es esa capacidad de engancharte a una historia que es más que extensa, que no contiene grandes giros, que no es "ligera", en el sentido de que no abundan los diálogos, y que sin embargo no pude dejar de leer. También me tomé una pausa entre el segundo y el tercero, pero el cuarto lo devoré. Es bueno coincidir, ¿verdad? XD Besos y mil gracias por comentar, María.



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  2. Hola!!
    Debo estar en otro mundo o se nota que soy monolectura. Falta de tiempo, no puedo leer todo lo que quiero tan solo de romántica así que ni me planteo ir más allá. Sí, he de cambiarlo, pero aquí sigo.
    Ni los conocía, a eso iba el rollo de antes jajaja
    Y sobre lecturas, pues ahora he leído algunos bastante buenos, pero en inglés...
    Un besote y prometo echar un vistazo a estas cuatro novelas ;)

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    1. Pues si alguna vez te animas a probar fuera de la romántica, los libros de la Ferrante son muy buena opción. Hay enamoramientos y pasiones, no con final feliz, pero tampoco desgraciados, más bien como la vida misma y tiene ese punto de rencillas familiares, reconciliaciones, peleas... (ese punto de culebrón, vaya XD) que hace que no puedas dejar de leer.
      Pero te comprendo porque mi eterno pendiente es comenzar a leer en inglés y nunca me decido. Todo es ponerse ;) ¡¡Gracias y besos, Pepa!!

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  3. La verdad es que, leyendo tu entrada, de verdad apetece ponerse a leer una de Ferrante. Aunque lo de la fiebre Ferrante atemoriza un poco, sobre todo a los que somos algo obsesivos.
    No sé por qué es de esas autoras de las que oyes hablar durante años y no acabas de decidirte porque te suena sentimental, o pesimista, o... un quiero (escribir de amor) y no puedo (porque no es literariamente aceptable)... Y por eso todo romance acaba mal.
    Me apunto alguna de tus propuestas, y a ver si con el tiempo acaba cayendo alguna.

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    1. Te entiendo muy bien porque pensaba exactamente lo mismo. Sin embargo, ahora que la he leído no la calificaría ni de pesimista ni de sentimental, ni se trata exactamente que el romance termine mal, más bien diría que es tal cual como la vida misma (que ya sabemos que no suele ser idílica, pero por fortuna tampoco tiene por qué ser trágica). No te voy a negar que durante la lectura sí que me sentí un poco estafada por la sensación de que se usaba el romance como recurso de enganche y luego se aplazaba, pero en conjunto se lo perdono. Eso sí, en ningún caso las calificaría de novelas románticas como he visto por algún sitio. Incluso olvidándonos de los finales, no es el romance ni con mucho el tema principal. Ahora que enganchar, engancha, eso sí que te lo garantizo. Si algún día te animas, me encantará conocer tu opinión. Y también me ha encantado tenerte por aquí, Bona. Un abrazo grande y mil gracias por leer y comentar.

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    2. Nada, gracias a ti por escribir tan bien y contar cosas interesantes.

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